La mayor noticia económica del año llegó casi sin aviso: China ha reemplazado a Estados Unidos como la mayor economía del mundo, según los números del Fondo Monetario Internacional. Por otra parte, en estos momentos en que el estatus geopolítico de China aumenta rápidamente junto con su poderío económico, EE. UU. continúa dilapidando su liderazgo mundial, debido a la irrestricta codicia de sus elites políticas y económicas, y a la trampa que se autoimpuso con la guerra perpetua en Medio Oriente.

 

 

 

Según el FMI, el PBI de China será de 17,6 billones de dólares este año, frente a los 17,4 billones de dólares de Estados Unidos. Como la población china es cuatro veces mayor, su PBI per cápita (12.900 dólares) todavía no llega a ser un cuarto de los 54.000 dólares de EE.UU., con un nivel de vida mucho más elevado.

 

El surgimiento de China es trascendental, pero implica el regreso a una situación existente. Después de todo, ha sido el país más populoso del mundo desde que se convirtió en un Estado unificado hace más de 2000 años; tiene entonces sentido que sea la mayor de sus economías. De hecho, la evidencia sugiere que su economía era mayor (en términos de paridad del poder adquisitivo) que cualquier otra en el mundo hasta aproximadamente 1889, cuando EE.UU. la eclipsó. Ahora, 125 años más tarde, la clasificación ha vuelto a invertirse después de décadas de rápido crecimiento económico en China.

 

Con el aumento de su poder económico, también llegó la influencia geopolítica. Sus líderes son agasajados en todo el mundo y muchos países europeos perciben a China como la clave para un mayor crecimiento local. Los líderes africanos ven a China como un nuevo socio indispensable para el crecimiento, especialmente para el desarrollo de la infraestructura y los negocios. De forma similar, los estrategas económicos y líderes de negocios latinoamericanos consideran a China al menos tanto como a EE.UU.

 

China y Japón parecen dar pasos en pos de mejorar sus relaciones, tras un período de mucha tensión. Incluso Rusia se ha "inclinado" recientemente hacia China y estableció con ella vínculos más fuertes en muchos frentes, incluidos la energía y el transporte.

 

Como EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial, China aporta mucho dinero a la construcción de fuertes vínculos de infraestructura con países. Esto permitirá que otros países estimulen su propio crecimiento y consoliden el crecimiento económico y el liderazgo geopolítico chinos.

 

La cantidad de iniciativas chinas es impresionante. En 2013, el país lanzó cuatro grandes proyectos que prometen darle un papel mucho más amplio en el comercio y las finanzas mundiales. Se unió a Rusia, Brasil, la India y Sudáfrica para establecer el Nuevo Banco de Desarrollo, que tendrá base en Shanghai. Un nuevo Banco Asiático de Inversión en Infraestructura tendrá sede en Pekín y ayudará a financiar proyectos de infraestructura en la región. El cinturón económico de la Nueva Ruta de la Seda buscará conectar a China con las economías de Asia Oriental, Asia del Sur, Asia Central y Europa, con una red ampliada de ferrocarriles, autopistas, energía y fibra óptica. Y la nueva Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI busca potenciar el comercio oceánico en Asia Oriental y el océano Índico.

 

Estas iniciativas probablemente generarán cientos de miles de millones de dólares en inversiones, acelerando el crecimiento.

 

Todo esto no tiene garantía de éxito ni es seguro que avance sin obstáculos. China enfrenta enormes desafíos internos, incluida una elevada y creciente desigualdad en el ingreso; la masiva contaminación del aire y el agua; la necesidad de pasar a una economía con baja huella de carbono, y los mismos riesgos financieros que conllevan las inestabilidades en los mercados financieros que atormentan a EE.UU. y Europa. Y si China se torna demasiado agresiva con sus vecinos -por ejemplo, exigiendo derechos sobre el petróleo- generará una grave reacción diplomática. No hay por qué suponer que China (o ningún otro país) encontrará el camino libre de obstáculos en los próximos años.

 

Es sorprendente que al mismo tiempo que China mejora económica y geopolíticamente, EE.UU. parece hacer todo lo posible para desperdiciar sus propias ventajas. El sistema político ha quedado atrapado por la codicia de sus elites adineradas, cuyo limitado objetivo es reducir los impuestos corporativos y personales y restringir el liderazgo constructivo de EE.UU. en el desarrollo económico mundial. Mientras China entra en calor para actuar en la arena geopolítica, la política exterior que EE.UU. continúa es una incesante e infructuosa guerra en Medio Oriente.

 

El crecimiento chino puede ayudar al bienestar si sus líderes enfatizan la inversión en infraestructura, energía limpia y salud pública. De todas formas, el mundo estaría mejor si EE.UU. la acompañara en un liderazgo constructivo. El anuncio de los presidentes Barack Obama y Xi Jinping de acuerdos bilaterales sobre el cambio climático muestra lo mejor de lo que puede lograrse. La perpetua guerra estadounidense en Medio Oriente, lo peor. ßperspectivaglobal© Project Syndicate, 2014

 

Fuente : La Nación.com