Esta columna suele abundar en cruces entre la psicología y la economía, anomalías del comportamiento, expectativas, creencias, humos de distintos colores y subjetividades varias. Para variar un poco (y a tono con la política económica oficial reciente, propensa a los "volantazos" en seco), en los párrafos que vienen rumbearemos para el otro extremo: hacia un mundo de números fríos, planillas, inventarios, donde todo lo que no es "real" no cuenta. Un terreno donde, parafraseando a Aristóteles, "la única verdad es la productividad".

 

 

 

No hay muchos economistas que se dediquen en serio a seguir este tema. En buena medida, porque las mediciones de productividad y stock de capital son una tarea abrumadoramente aburrida. "El cálculo del stock de capital es el trabajo más tedioso y odioso que los estadísticos les asignaron a los economistas", dijo una vez el inglés John Hicks. En la Argentina, una de las máximas autoridades académicas en la materia es un profesor de Teoría del Crecimiento de la Universidad de Buenos Aires, de 44 años y un perfil bajísimo. Ariel Coremberg se interesó por esta rama de estudios hace quince años, "cuando se discutía si en la economía las ganancias de productividad eran suficientes para compensar la apreciación de la moneda doméstica sin la necesidad de devaluar y sostener el crecimiento y los ingresos reales".

 

Luego de relevar en profundidad series de stock y servicios de capital, recursos naturales, capital humano, tecnologías de la información, factor trabajo y productividad laboral (entre otras variables), Coremberg llegó a un diagnóstico preocupante: "En materia de productividad, en los últimos 10 años, la Argentina tuvo una década perdida". En este período, la ganancia de productividad promedio no llegó al 0,5% anual, muy por debajo del 1% verificado en la década del 90. "La Argentina perdió productividad, y esto afectó negativamente la sostenibilidad de su competitividad y compromete el crecimiento económico futuro", explica.

 

Coremberg está a cargo del capítulo argentino del proyecto Arklems, la mayor iniciativa mundial de medición de productividad, que lideran Dale Jorgenson, desde Harvard; Marcel Timmer (de la Universidad de Groningen, de los Países Bajos), y Bart Van Ark (también de Groningen y de The Conference Board).

 

Uno de los mayores debates en este campo, para la Argentina, consiste en separar cuánto del crecimiento del PBI verificado en la última década corresponde a un "rebote" y cuánto a ganancias genuinas de productividad. Según la metodología de descomposición de ciclos, la comparación debe hacerse contra el punto del tiempo en el que se alcanzó el máximo de actividad en el ciclo anterior. Si se toma para el caso local 1998, la Argentina creció 2,3% anual, por debajo de las tasas de Brasil (3,4%) y de América latina en general (3%). "El crecimiento de la economía argentina en este período se basó principalmente en la utilización de factores ociosos, más que en ganancias de productividad. Gran parte de este aumento del PBI se debió a la utilización y acumulación de capital y fuerza de trabajo, sin incrementar la eficiencia con la que se utilizan ambos factores", cuenta el profesor de la UBA a la nacion.

 

Los resultados del estudio muestran que el país "no pudo captar la ventaja a largo plazo en términos de productividad del auge de los precios de los productos exportables. El bajo dinamismo de la productividad cuestiona no sólo la sustentabilidad del perfil del crecimiento económico reciente, sino también la posibilidad de ganar competitividad de la economía sin recurrir a devaluaciones abruptas".

 

DIAGNÓSTICO SOMBRÍO

 

La Argentina no está sola en este diagnóstico sombrío: las mediciones de Arklems muestran un panorama muy pesimista para toda América latina. También medido contra el punto más alto del ciclo anterior, el crecimiento de los países de la región no es mucho mayor que el de los 90 y está por debajo del período de sustitución de importaciones de 1950-1980, apunta Coremberg.

 

Más allá del chiste del primer párrafo, y a pesar de que hablamos de números fríos que supuestamente reflejan cantidades de maquinaria, recursos naturales, etcétera, las discusiones por los cálculos de productividad y stock de capital son muy acaloradas entre los economistas. A tal punto que hay quienes creen que se trata de análisis más subjetivos que los que postula la economía del comportamiento. Para empezar, las dificultades de medición son extremas, porque implican relevamientos frecuentes in situ de maquinarias y otros factores. Sólo los países muy ricos se dan el lujo de tener series históricas confiables de stock de capital, y aquí la historia se enturbia más desde la intervención del Indec en 2007. "Si la productividad cayó tanto y hoy las industrias están pagando salarios en dólares que son 30 a 40% más caros que en 2002, las fábricas se tendrían que haber fundido. Hay algo que no cierra", marca un economista especializado en el sector productivo.

 

DEBATE INTENSO

 

A nivel internacional, el debate también es intenso. Recientemente Paul Krugman, en su blog de The New York Times, criticó las conclusiones de Arklems. El premio Nobel reconoció a la iniciativa como el proyecto más serio y ambicioso para medir la productividad, pero cuestionó que esta variable esté tan estancada en Europa como el consenso sostiene, en relación con una más dinámica economía de los Estados Unidos.

 

"Cuando uno va al desagregado, hay dos factores que explican este fenómeno", dice Krugman. Uno es el del mayor dinamismo del sector de los servicios ("Efecto Walmart", en la literatura especializada). Con esa línea argumental, el economista heterodoxo está de acuerdo. Pero el otro explicador le parece más desconfiable: el del mayor aporte del sector de los servicios financieros en los Estados Unidos y Europa. "Uno se mete en los números y ve que la productividad de los bancos se mide por cantidad de transacciones, lo cual parece débil. Y dados los acontecimientos recientes, ¿podemos estar seguros de que la expansión financiera resultó realmente productiva?" Krugman dice que cada vez le resulta más aceptable la hipótesis de Dean Baker, de que "correctamente medido, el gap de productividad entre los Estados Unidos y Europa no existe".

 

¿Cómo combate el economista Coremberg el aburrimiento de lidiar con estos temas que, según sus colegas, son tan áridos? En sus ratos libres, se desenchufa de las planillas de Excel y se pone a tocar blues en la guitarra. Temas de Stevie Ray Vaughan, B.B. King, Al Di Meola y Stanley Jordan. Un tono melancólico, de serena decadencia, que bien podría servir como banda de sonido para la historia de la productividad en la última década.

 

Fuente: La Nación 05-2013

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